Por Max Boulouf Hernández |
Recuerdo que cuando entré a su casa me sorprendieron dos cosas: la primera fue la falta de espacio, era una casa chica de interés social, por lo que era de esperarse, pero cada pasillo o estancia se encontraba drásticamente reducida; lo segundo fue la razón de esta falta de espacio. Uno sobre otro formando torres que llegaban al techo, al menos así me lo pareció en su momento pues yo era apenas un niño, miles de libros de todos los temas cual biblioteca secreta. Fue la primera vez que me maravillé ante la majestad de los libros.
Lo cierto es que me convertí en lector hasta pasada mi adolescencia, pero descubrí también que nunca es tarde para empezar, ciertamente podría ser mejor lector, supongo que siempre se puede mejorar en todo. Para mí la experiencia pronto se convirtió en una necesidad de crear. Mientras más leía, mayor necesidad tenía de escribir. Fue una fortuna que hubiera libros en la casa.
Una vez que inicié mi camino de escritor, supuse que bastaba tener una gran imaginación y mucho tiempo libre para desarrollarla. Resulta que no y que de nada sirve crear mundos de maravilla en mi interior, si no poseo las herramientas para plasmar ese universo y volverlo tangible a través de las letras, herramientas que he obtenido de los libros.
Mientras más leo, mejor escribo. Eso me gusta creer, pero lo cierto es que, mientras más leo, más tengo en que pensar, actividad automática propia del ser humano y, sin embargo, tan peligrosamente descuidada. La frase que incita a leer con mayor frecuencia, es aquella que invita a vivir muchas vidas por medio de los libros. Yo he podido acompañar a los amigos hechos en todas esas páginas y, por medio de ellos, encontrar un mejor sentido a mi propia vida, si, esa única vida que es mía y que he aprendido a valorar gracias a leer.
Desde la cima de aquellas torres inmensas, hasta la profundidad de la comprensión de mis pensamientos, los libros me han acompañado. Lo mejor de todo es que, los libros nunca piden nada a cambio, son amigos que siempre están ahí, sin importar cuanto tiempo haya pasado desde la última vez que nos vimos.
Hoy trabajo rodeado de libros, son mis silenciosos compañeros, he llegado a conocer a algunos, he visto como otros fueron maltratados. Tengo la misión de protegerlos y presentarlos con sus lectores, pues hoy soy bibliotecario. Logré acercarme a ser ese sabio guardián de los secretos, el que los héroes necesitan para conseguir la victoria.
He aprendido a hablar con los libros, lejos de lo que se guarda en su interior, puedo hablar con ellos desde afuera. Todo en un libro nos cuenta una historia, si fue cuidado, si ha sido leído, incluso si ha tenido tiempos mejores. Sea cual sea su historia, mi misión es ayudarle a continuarla, como un alcahuete que deja que los enamorados se encuentren a escondidas, yo permito que ese niño precoz abra las páginas llenas de vida, porque si el pequeño diablillo es atrapado por esas páginas, entonces sé que solo es el principio.
Y así llego hasta este punto, un monstruo blanco vencido ante la osadía que los viejos compañeros me otorgaron. He leído, he escrito y he pensado, todo esto a través de hojas de papel incrustadas con símbolos negros llenos de posibilidades. Son pacientes maestros que acechan en las estanterías de mi biblioteca donde, ¿Quién sabe? Quizá ya te hayan echado el ojo.